Era la brisa y el tambor, la ronca letanía de la selva que se convierte en arpegio, en timbre dulcificado recorriendo salones de París y aguas de Veracruz, para llorar de amor y pena.
Su pequeño espíritu divertido entra y sale del cine Carral, en Guanabacoa, tierra de aguas, de arroyos libres, bosque de indios que se hicieron espectros también, y donde el sol del mediodía de Cuba se filtra por las tímidas manos del helecho o los vitrales de asombro y agónica luz sensual.
Es el alba con el ronquido del leopardo, entonando la ilusión cantarina de los fruteros de mi isla, anunciando la pulpa desafiante del mamey, y del mango de azúcares de fuego. Es ahora y después, con frac o chaqué, y unos dientes que quieren morder el cielo con demasiada alegría.
Ignacio Jacinto Villa y Fernández, el que escuchó en su cuna los lentos cantos de la travesía inhumana de sus antepasados, el ruido del Océano culpable, la mar de otras orillas bajo las ceibas soñolientas de una tierra distinta.
Pero lo cambió todo, sin olvidar. Es la ferocidad que convirtió en susurro, las claves del amor y misterios humanos. Los hondos aullidos del salvaje horizonte. (fragmento de un texto de Ramón Fernández-Larrea)
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Etiquetas: Juana Pimienta, Liliana Daunes