Fue una experiencia difícil de explicar con palabras. Hay que vivirla, disfrutarla y sufrirla.
Es, fundamentalmente, una carrera mental para la cual hay que estar muy bien preparado para no claudicar en el intento. Los 42 kilómetros 195 metros. Recién se empieza a descomprimir el cuerpo y la mente cuando uno sabe que va a llegar entero mil metros.
Detrás de cada corredor hay una historia de vida. Muchos se le animan para cumplir una promesa. Otros por la pérdida de algún familiar. En mi caso, como el gran porcentaje de los atletas, es por deporte y sentirse feliz.
La travesía de correr por la ciudad de Buenos Aires es maravillosa. Palermo, Recoleta, Obelisco, el Cabildo, Plaza de Mayo, San Telmo, Barracas, la Bombonera, Puerto Madero, el Monumental, puntos importantes e históricos que hacen aún mas atractivo el circuito.
La sensación de llegar a la meta es todo. La gente que te alienta. La familia que acompaña y fue cómplice de tu esfuerzo. En los momentos de flaqueza (que los hubo) uno piensa en ellos. Y sigue. Y se habla a sí mismo.
La maratón es una vivencia maravillosa. Gracias a Dios la pude vivenciar y poder contar las sensaciones. Es un viaje de ida y recién comienza.
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