Es el 14 de junio de 1982, cerca del mediodía en Buenos Aires, y Leopoldo Fortunato Galtieri, dictador genocida argentino, parece abrirse a aceptar la rendición ante los británicos tras 74 días de batalla en las Islas Malvinas.
"Usted vive la situación en detalle, cosa que yo desde Plaza de Mayo por más que usted me la pinte no la puedo vivir", le dice Galtieri al también dictador genocida Mario Benjamín Menéndez, comandante de las tropas argentinas en las islas. Pero un minuto después, Galtieri añade: "Use todos los medios que tiene a su alcance y continúe el combate con toda la intensidad posible, moviendo al personal fuera de los pozos".
Menéndez, azorado, intenta explicárselo una vez más. "Mi general, realmente debo decirle que entonces no he logrado darle una sensación de lo que hemos vivido durante toda la noche y en la mañana, y desde hace tres días (...). La tropa no da más, está peleando a brazo partido en las trincheras, yo lo he visto. Lo que usted me dice esta tropa no lo puede cumplir".
El dictador no quiere saber nada. Pide que no se firme ningún papel y que no se utilice el término "rendición". Se autoengaña, aunque no es el único, buena parte del país, a propósito de la campaña de encubrimiento que llevaron a cabo los medios de comunicación, creían que Argentina iba ganando la guerra.
El resultado de la Guerra de las Malvinas, severa derrota con 649 argentinos y 255 británicos muertos, abrió el regreso de la democracia al país sudamericano, con el triunfo de Raúl Alfonsín en las elecciones de 1983.
Fue un golpe de realidad para los argentinos: sus fuerzas armadas no estaban lo bien equipadas que se creía, y sus jefes, a su vez responsables políticos del país, nunca supieron leer la situación: creyeron que Estados Unidos se mantendría neutral en vez de apoyar al Reino Unido, su aliado en la OTAN.
Sin embargo, el reclamo por la soberanía de las islas no sufrió desde entonces la más mínima abolladura a nivel interno. En 1994 se lo elevó a política de Estado, como mandato de la Constitución Nacional, y la legalidad internacional sigue del lado de los argentinos, aunque Londres y las islas tengan una ventaja objetiva a partir de una política de hechos consumados en cuanto a pesca y recursos naturales que ha convertido a los malvinenses en uno de los pueblos más ricos del mundo.
Si en los '80 subsistían con lo justo en uno de los rincones más inhóspitos y ventosos del mundo, hoy hay 60 nacionalidades en las islas, 3.500 habitantes y el español se escucha en sus calles gracias a la inmigración chilena. La desocupación es del uno por ciento, la inflación del 3% anual y el PIB per cápita roza los 100.000 dólares. En la costa argentina, a 600 kilómetros, el panorama económico y social es muy diferente.
Fuente: El Mundo, España
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