La malnutrición, una palabra estrechamente ligada durante años al hambre y la hambruna, debe utilizarse ahora para describir una franja mucho más amplia de niños: aquellos con retraso en el crecimiento, los que padecen el “hambre oculta” derivada de las carencias de vitaminas y minerales esenciales y el creciente número de niños y jóvenes con problemas de sobrepeso y obesidad.
El panorama que surge es preocupante: demasiados niños y jóvenes están comiendo muy pocos alimentos sanos y demasiados alimentos nocivos. Algo que debe entenderse como parte de un contexto de cambios a nivel mundial que está dando lugar a un aumento en la disponibilidad de alimentos ricos en calorías pero pobres en nutrientes.
Según el informe de Unicef “El estado mundial de la infancia 2019: Niños, alimentos y nutrición”, 2 de cada 3 niños no reciben la dieta variada recomendada para un crecimiento saludable.
Solo 2 de cada 5 lactantes menores de seis meses son alimentados exclusivamente con leche materna, como se recomienda; el 44 por ciento de los niños de 6 a 23 meses no consume frutas ni verduras; y el 59 por ciento no consume huevos, leche, pescado ni huevos.
En cuanto a los adolescentes que acuden a la escuela, el 42 por ciento bebe refrescos carbonatados al menos una vez al día, y el 46 por ciento consume comida rápida al menos una vez a la semana.
Esta triple carga de malnutrición (desnutrición, hambre oculta y sobrepeso) amenaza la supervivencia, el crecimiento y el desarrollo no solo de los niños y los jóvenes, sino también de las economías y las naciones, imposibilitadas para alcanzar su pleno potencial.
Sobre todo, la malnutrición en todas sus formas afecta principalmente a los estratos más jóvenes y marginados, perpetuando así el ciclo de pobreza a través de las generaciones.
Podcast: Bajar
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