No hubo sorpresa cuando Soda Stereo anunció su separación. Esa era una posibilidad con la que, como fanático de la banda, había aprendido a convivir más o menos desde 1993 en adelante. Rumores iban. Rumores venían. Así que solo fue cuestión comprar la entrada para El Último Concierto y esperar que llegara el 20 de septiembre de 1997 cuando el final, con su correspondiente gira latinoamericana, fue una realidad.
Una de las cosas que me quedaron grabadas de esa noche fue el frío. El frío que me caló hasta los huesos porque, en un alarde de valentía juvenil inusitada, fui de bermudas, remera con la tapa de Dynamo y buzo. Y el frío de los Soda entre sí, desparramados, casi desconectados en ese escenario blanco y enorme. Como una representación de la distancia que fue erosionando la salud del trío para desembocar en esa ceremonia de despedida. Distancia que se fue acortando con el correr de las canciones, a medida que la música que conmovió a un continente entero fue aflojando las tensiones acumuladas. Recuperando, por un rato, la magia de sus mejores momentos. Aún cuando el horizonte se hacía para todos, músicos y público, cada vez más palpable.
El “gracias totales” fue lo que quedó como cierre oficial, la ocurrencia de un cantante intentando explicar el torbellino de emociones que lo atravesaban. Pero es ese “a volar todos” gritado por Cerati segundos después de que el riff de “De música” ligera nos despegara del suelo por última vez, lo que veinte años más tarde me sigue generando un nudo en la garganta. Porque ahí, saltando y cantando en el medio de una multitud emocionada, ya no pude contenerme. Entendí que en ese punto y final, que en cierto sentido era como despedir a un amigo, también le bajaba el telón a una parte importante de mi vida. Y me largué a llorar como un chico, porque mi banda favorita se estaba separando.
Después, caminando por las calles de Nuñez, buscando el camino de regreso a casa, helado otra vez, pero sostenido por los brazos amigos de quienes me acompañaban, escuché esa canción que clamaba por volver a verlos como en el ochenta y seis. Solo tuve que esperar diez años para que eso sucediera.