No era una arenga para que los estudiantes supieran las matemáticas. Tampoco emanaba de los profesores; lo decían los padres para que los chicos se tomaran un momento antes de reaccionar.
Contar hasta diez era destinar tiempo a la evaluación de una situación; lapso breve, por cierto, pero en ocasiones suficiente para no errar.
Hablo en tiempo pasado porque no sé si en la actualidad el consejo seguirá vigente o, como tantas cosas, simplemente salió de la agenda de la educación en el hogar. Como sea, el futuro puede depender de una correcta evaluación en ese insignificante lapso de tiempo, en esos apenas diez segundos.
La fórmula es aplicable a cualquier situación de las que se viven cotidianamente. La del tránsito es una de ellas. Respuestas a grito pelado e insultos se pelean por salir de las bocas; Se vocifera hasta por la dudas. ¿Cuál es la ganancia? Ninguna; la agresión no paga dividendos.
Incluso suele afectar más a quienes la expresan que, de seres racionales, pensantes, pasan a ser patovicas sobre ruedas. Les queda más feo el disfraz de violento a quienes no lo son. Y tampoco es carnaval…
Esos diez segundos sirven para optar por dejar pasar el hecho (porque se evaluó que no merece respuesta) o prenderse en una pelea verbal y hasta física estéril; nada modificará los hechos consumados. Son inútiles los reproches. Si es que hay un error del “Adversario”, lo menos que lograrán es educar que es lo que todos necesitamos para evitar el accidente nuestro de cada día y por el que nos rasgamos las vestiduras.
Lo dicho: el ejemplo del tránsito no es excluyente. La mínima meditación será un freno para abortar otras reacciones que se pueden llegar a lamentar.
1, 2, 3… y así hasta diez. Diez segundos no son nada ¿O son mucho?
Por Roberto A. Bravo
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