Ya pasaron varios días desde su viralizada conquista en Lima, que incluyo el pedido de casamiento a su pareja en medio de la zona mixta, pero Federico Molinari todavía paladea el sabor de la medalla de bronce en los Panamericanos mientras esboza una explicación racional. Para el santafesino fue la ratificación de un camino donde el profesionalismo, la pasión, el esfuerzo y la mentalidad le han permitido mantenerse en la elite mundial de la gimnasia.
Lo suyo son las anillas, pero su legado va más allá de su especialidad. Incluso del deporte porque, en este trayecto, lo suyo ha impactado en otros frentes. Como cuando fue al popular Showmatch de Tinelli para brillar en el Aquadance o estuvo en Stravaganza, la obra de teatro de Flavio Mendoza, con el objetivo de difundir su deporte. O como se ha transformado en un referente solidario a partir de su protagonismo en la Huella Weber, un programa social que desde hace una década le cambia la vida a tanta gente necesitada. Así es Fede Molinari, mucho más que un gimnasta exitoso.
No son pocos lo que califican a este chico como el mejor gimnasta de la historia argentina, pero él pisa el freno. “Me halaga, pero no le doy importancia. Busco logros individuales y colectivos, pero sin pensar en rótulos. Hay otros grandes gimnastas que hicieron grandes cosas antes que yo. Todos somos parte de una linda historia que ahora va por más”, razona. Fede siempre fue más allá, buscando dejar una huella más profunda. “Me hace sentir más orgulloso que hablen de un legado. Me gusta mucho marcar un camino. Trato que los chicos sepan que las cosas no llegan por casualidad, ni de forma sencilla, que no hay que rendirse ni dejar de intentar… Yo, por caso, tuve tres intentos fallidos para llegar a un Juego Olímpico hasta que lo logré. Sufrí lesiones pero nunca me retiré. Siempre lo seguí intentando y gané mi primera medalla panamericana a los 35, en mi quinto Juego. Me podría haber retirado antes y esto no hubiese llegado. La vida es así, hay que esforzarse y perseguir sueños. En mi caso esto le da sentido y razón a mi vida”, analiza.
El lado B de Molinari, aunque más silencioso, es tan interesante como su costado deportivo. “Me gusta cuidar a mi familia, criar a mis dos hijos (Ciro y Valentino), hacerles conocer el deporte y llevarlos a entrenar. También me gusta enseñar mi deporte. Tengo tres academias de gimnasia (NdeR: en Caseros, Recoleta y, la principal, en Don Torcuato, que ya es centro de alto rendimiento) y soy el coach de Julián Jato, nuestra mayor promesa en gimnasia. Además, ya de más grande, descubrí la sensación de plenitud al ayudar al otro y tengo la suerte de tener una empresa que me ayuda a sentirme mejor ciudadano”, resalta el nativo de San Jorge.
Fede se refiere al programa social de Weber Saint Gobain que nuclea a gran parte de los máximos embajadores del deporte nacional, como Pareto, Braian Toledo, Chiaraviglio, Dalghren, Bopp, Pilar Geijo y Delfina Merino, entre otros. “Es un orgullo y un honor pertenecer a un programa así. A mí no me sobra el dinero, entonces no podría ayudar como lo hago si no tuviera a Weber. Cada año colaboramos con un proyecto distinto. En el 2018, por caso, trabajamos para mejorar la infraestructura de un comedor en Manzanares y ahora estamos en José León Suárez con un centro de capacitación para jóvenes de bajos recursos que tienen su primera experiencia laboral. Así ellos puedan gozar de una mejor salida laboral. Estamos apuntando a reforzar y acondicionar mejor el lugar”, detalla sobre el proyecto de mejoramiento del Centro Juvenil Parque Industrial.
Molinari admite que, a esta edad, en plena madurez, el ayudar a otros se ha convertido en una necesidad, sobre todo por la situación actual del país. “Hoy tengo otra conciencia social. Sé claramente lo que es no tener nada o directamente no tener oportunidades. El ayudar al prójimo se me ha hecho carne. Además, al haberme transformado en un referente deportivo siento que también debo respaldarlo con buenas acciones y dejando una huella que perdure en la sociedad. Hoy, cuando lo hago, lo siento como ganar otra medalla. Me llena el alma poder ir y generar un cambio real en el día a día de la gente”, explica Fede.
Su compromiso es tal que, hace poco, acompañó a Julián Jato hasta el barrio Carolina II de Florencio Varela para visitar el merendero “Fortalecimiento Familiar” que su pupilo decidió ayudar cuando Fede lo sumó a Huella Weber. “Cuando visitás los lugares te das cuenta lo dura que es la realidad para muchas personas. Te genera tristeza pero, a la vez, es gratificante ver cómo otra gente que tiene poco se compromete a ayudar para que otros tengan algo, un poco más. Encontrás gente muy sana, comprometida, con valores. Y eso te humaniza mucho más. Aprendés más que en otro espacio de la vida. Y te llena el alma”, admite el santafesino que fue finalista olímpico en 2012.
Pero, claro, para Molinari, ningún otro logro en su carrera tiene la importancia del bronce en Lima. “Más que nada por mi edad, porque era mi quinto Panamericano y porque la gimnasia argentina no ganaba una medalla desde 1999. Todo esto te marca la dificultad que tenía”, analiza. Un logro en el que pocos confiaban.“Sí, es verdad. Era impensado. Hasta yo sabía que no sería fácil. Fueron muy importantes los cambios que hicimos en la alimentación y el entrenamiento. Por ejemplo, como mi fuerza no es la misma que a los 25, bajé dos kilos para que rindiera mejor la que tengo hoy. Por suerte dejé atrás dolores, me curé de lesiones y en Lima empecé a sentirme cada día mejor. Sentí que era posible. Y el día de la competencia estuve muy bien, con confianza y con mi habitual frialdad para competir”, explica. Fede Molinari
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