Por la Lic. Marcelina Romero.
En uno de los rincones del cuadrilátero, el senador Tim Kaine (58), miembro del Partido Demócrata, que cuenta con una carrera respetable y prolífera.
Fue gobernador de Virginia (2006-2010) y tiene el privilegio de acompañar a la candidata Hillary Clinton, primera mujer que tiene verdaderas chances de llegar a la Casa Blanca.
En la otra esquina, Mike Pence (57), el gobernador de Indiana que ocupará hasta 2017 ese cargo, a menos que su partido -republicano- gane las elecciones el 8 de noviembre. Además, cuenta con la ventaja de haber sido congresista de la Cámara de Representantes (2001-2013).
El encuentro no fue muy difundido, pero aquellos que están siguiendo las elecciones de Estados Unidos no se lo perdieron. Con una audiencia que no esperaba romper ningún récords y con dos invitados que sólo deseaban salir del mitin ilesos y con sus propósitos cumplidos. Paso por las “redes” con algunas anécdotas que hicieron del primer y único encuentro entretenidamente ensayado.
El lugar de la cita: la Universidad de Longwood, en Farmville, Virginia.
Una hora y media antes, quizás por la necesidad de que su candidato levantara los brazos con la copa en la mano, el partido republicano se adelantó a colgar la medalla en su página web oficial publicando un mensaje que debía haber esperado el final del debate.
“Durante el debate ayudamos a chequear los datos y observar la conversación en tiempo real con la cuenta @GOP. El consenso estuvo claro. Mike Pence es el claro ganador del debate”. Imagino que la persona que cometió el error debe estar en este momento dando explicaciones.
En Estados Unidos, tal como sucede en otros países, el vicepresidente tiene una función específica: “suplente” es quien está en el banco hasta que por alguna razón el “titular” no pueda cumplir con sus obligaciones -enfermedad, muerte, por decisión propia-. Es decir, el Vice toma la posta cuando el Presidente no está. En la historia americana podemos mencionar a Harry Truman en 1945 que llego a ocupar el lugar de Franklin D. Roosevelt -murió de polio-; y otro de los emblemáticos vicepresidentes que ocuparon ese el sillón presidencial fue Gerald Ford, quien llego a partir de la renuncia de Richard M. Nixon por el caso ‘Watergate”.
Los guiones no sólo se escriben para las películas. Hay todo un mundo de guiones “políticos” que dan atractivo a ciertos personajes poco interesantes, al punto que uno termina con ganas de salir de gira por bares sólo para reírse de los comentarios.
El debate tenía la intención de recuperar la imagen de los candidatos a presidentes, mejorar la campaña de ambos. Lo cierto es que fue más de lo mismo, con una excesiva preparación, una puesta en escena que nos remite a los panelistas de televisión que deben confrontar todo el tiempo para tener algo de rating.
Según los sondeos, Pence ha logrado un mejor desempeño que su contrincante y a su vez que su co-equiper de campaña, Donald Trump. No cabe duda que, al menos en la elección del vicepresidente, el empresario no le pifió. Con un tono claro, relajado, demostró sus conocimientos del lenguaje televisivo, su habilidad frente a las cámaras -un colega de los medios, locutor de radio y televisión- supo afrontar todos los cañonazos dirigidos a su compañero de fórmula, y en algunos casos hizo oídos sordos.
Mike Pence dejó una sensación positiva en este único encuentro entre candidatos a la vicepresidencia.
Mantuvo bien clara su misión de abrir caminos hacia la unidad del establishment republicano -“unidad en Washington”-, y así se dirigió a sus pares dejando atrás la incomodidad de ser compañero de fórmula de un hombre resistido por la gran mayoría de los pesos pesados en el partido.
Su prioridad no fue defender a Trump, aunque lo hizo a la perfección, y dejó pasar algunos dardos tanto de su contrincante demócrata como de la moderadora -Elaine Quijano, presentadora y corresponsal de CBS News- la cual obtuvo muchos tuits referidos a su intervención poco efectiva.
Los candidatos estaban dispuestos a no escucharse, sólo deseaban tomar la palabra y decir el texto preparado con la mayor naturalidad posible.
Tim Keine se mostró poco espontáneo, aferrado a latiguillos estudiados, su actuación dejó la sensación de nerviosismo y ansiedad, dos palabras que en televisión no generan empatía, mucho menos al momento de tomar partido para las próximas elecciones.
Las palabras certeras dentro del debate por parte del candidato demócrata: “Pence está pidiendo a la gente que vote a alguien a quien no puede defender”.
En cambio, él sí pudo hacer hincapié en las virtudes de su compañera de fórmula, Hillary Clinton; reforzó el discurso planteando que es ella quien tiene trayectoria y conocimiento para liderar Estados Unidos. Sin embargo, a pesar de sus lógicos argumentos, el nerviosismo le jugó una mala pasada y lo dejó en ese mote.
Pence retomó la grandilocuencia de su compañero de fórmula, Trump, y afirmó que los Estados Unidos deben volver a ser una “América grandiosa” y la manera de lograrlo es dejar de lado la economía y administración actuales. Y que nadie ejercería mejor el cargo que el empresario Donald Trump.
Aunque todos los balances de este encuentro den como ganador, al menos en las formas, a Pence -quien fue ordenado, pausado y tranquilo, atributos ausentes en su jefe millonario- la realidad es que aún es muy pronto para evaluar si puede repercutir en las tendencias de voto.
Sólo se puede hacer un racconto de interrupciones, de preguntas repetidas, de respuestas ensayadas -o esquivas-, de un show que dejó gusto a poco y las ganas de esperar el segundo debate de los pesos pesados, el 9 de octubre en Saint Louis, Missouri.
Desde el país de las maravillas, una latina más.