“Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía, plantaría un árbol”. Martin Luther King
El triunfo de Donald Trump tomó por sorpresa a todos. Aunque las posibilidades estaban expuestas, pocos prestaron atención. Quizás a causa del deseo de continuar con políticas existentes; quizás, algo de soberbia mediática. Todo un combo poco feliz para los vencidos y un sueño hecho realidad para los republicanos. Donald Trump es Presidente de los Estados Unidos, el triunfo que sorprendió a la siempre manipulada “opinión pública”, a los actores económicos y políticos. Ya decía Molière “Salen errados nuestros cálculos siempre que entran en ellos el temor o la esperanza”.
La certeza no es buen camino en procesos de campaña. Los que se dedican a los sondeos deberían saberlo. Sucedió en varios países. Sin embargo, no participaré desde esta columna en ese grito quejoso. Tampoco forzaré palabras para generar un entusiasmo desmedido de aceptación. Los sorprendidos deberán hacer mea culpa y reformular sus técnicas; lo mismo deberán hacer los analistas y encuestadores con sus anticipados anuncios.
Los mercados internacionales deberán plantearse el estado de la economía mundial para tomar medidas que beneficien, en lo posible, a “la mayoría”. Suena utópico, lo sé. Sin embargo, prefiero quedarme con una única y simple expresión: Ojalá.
Por más que a muchos les pese, la clase trabajadora estadounidense votó por Trump. Durante los últimos años, sus ingresos y recursos se vieron afectados por las medidas o la falta de ellas. A los trabajadores, el discurso de Trump les resultó esperanzador, no cabe duda. Sentirse representados en la prédica del candidato es la mejor manera de asegurar un voto: la empatía es, fue y será la gran protagonista de los procesos electorales. Mucho más en un país donde el voto no es obligatorio. ¿Acaso alguien concurre a eventos en los cuales no se siente parte? Puede que para algunos la respuesta de sea “sí”, pero ellos no están interesados en la participación si no en el “voyeurismo social”. Votar por un representante es otra cosa, es participar de la fiesta y tener deseos de brindar por el anfitrión y los invitados.
Ahora bien, es cierto que la campaña del republicano estaba plagada de palabras desafortunadas, poco esperanzadoras para determinados grupos y podría decirse que en su oratoria el filtro brillaba por su ausencia. No obstante, todos sabemos que la campaña puede estar centrada en un sinfín de promesas esperanzadoras o escalofriantes, teñidas de un único propósito: “ganar o ganar”.
Todo está por verse. La carrera hacia la Casa Blanca quedó atrás y ahora el presidente electo Donald Trump tiene otras responsabilidades. Su retórica actual dista mucho del exacerbado palabrerío esgrimido para ganar. “Seré el presidente de todos los estadounidenses, todos y cada uno de los estadounidenses tendrán la oportunidad de alcanzar su potencial” prometió tras conocerse su victoria.
Por lo pronto, la transición de mando comenzó con una reunión breve y protocolar pero tranquila a pesar de todo lo dicho. Los estadounidenses respetan las reglas, el protocolo y ante todo, las instituciones.
El presidente Barack Obama llamó a Trump por teléfono -unos horas después del contundente triunfo- lo felicitó y lo invitó a Washington. ¡Profesionalismo político! Ojalá fuera contagioso.
Muchas preguntas invaden portales y tapas de diarios. Algunas son respondidas sin el mínimo cuidado. Aún es demasiado pronto para hacer un bosquejo de lo sucederá. Habrá que ser prudentes y detenernos a observar desde varios ángulos lo que se avecina.
El estado general de incertidumbre debe utilizarse como un lugar de oportunidades, pensar en positivo. La intensidad con la que se describen hechos que aún no ocurrieron provoca una crisis de desencanto en el mundo. El derrotismo y los discursos apocalípticos no son en estos momentos una buena herramienta para los que estamos en medios. Seamos prudentes. El 20 de enero Donald Trump jurará el cargo como 45º Presidente de los Estados Unidos.
“Los pueblos viven sobre todo de esperanza. Sus revoluciones tienen por objeto sustituir con esperanzas nuevas las antiguas que perdieron fuerza”, Gustave Le Bon.
El pueblo americano eligió y ese es el gran triunfo de la democracia.
Desde el país de las maravillas, una latina más.
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