En la noche del domingo, Marilina Bertoldi formuló una invitación. Nos propuso asistir a un ritual sensual pero, sobre todo, a una resurrección. A un hecho artístico. Y, ojalá, a un nuevo cambio de paradigma.
Planteado casi como una ópera rock, la presentación tan esperada en Buenos Aires de su último disco de estudio, Mojigata, definitivamente le hizo honor a su sede: el mítico Luna Park. Pero sobre todo, dignificó todo lo que de alguna manera viene contando, lo que a veces pesa, lo que otras cuesta, pero que arriba -y abajo- del escenario representa como muy pocxs otrxs artistas en nuestra historia. Y fue poesía ver la carne transpirar.
La invitación al recorrido además de quiénes la antecedieron, siempre con tablas ofrecidas con coherencia, empezó como empieza el disco, con una especie de intro que dio pie a su aparición, esa que llegó junto con Es Poderoso; a esta altura, tan solo una especie de disclaimer de lo que empezaba a entrar en calor. El recorrido, la propuesta de viaje, nos iría llevando por distintos lugares, climas, paisajes visuales y sonoros, por distintos discos, y entonces, por distintas emociones también. De alguna manera, así como se iba quitando poco a poco la ropa con la que salió a escena -capa incluida- el despojo parece ser solo una metáfora de la liberación, de poder ser lo que somos a sabiendas -o a pesar- de lo que hemos sido.
Su presencia escénica es un terreno que no está en disputa, y que no deja de reafirmarse y tomar vuelo en temas como Rastro. Lo ajustado de la banda, el trabajo sobre el sonido, la prolijidad aún en la mugre, la puesta minimalista pero al ángulo en precisión conceptual, se sumaron a la emotiva aparición de su hermana Lula aprontada al disfrute y la distorsión, y nos regalaron esa inolvidable imagen de cuatro pibas con cuatro guitarras eléctricas enchufadas y tocando rocanrol en ese escenario (Lula, La Chipi, Lu Torfano, y la misma Marilina.) Confesional por momentos, íntimo en otros tantos, desaforado o en tono de parodia cuando hizo falta.
Así pasaron en éxtasis Cosa Mia, Claro Ma, también de su último disco, antes de dar paso al beat que sacudió con La Casa de A y un torbellino de emociones, caballos, nieve y versiones vivas y en vivo que tuvo un punto emocional con ese Amuleto que empezó como nos gusta, con ese triángulo íntimo que son ella, sus manos y las teclas blancas y negras; de ahí en más la sacudida de Tito Volvé, un Fumar de Día con flores, y el primer Sushi En Lata, con su propia urbanidad y lectura del tiempo, en directo para la mayor parte de los asistentes al banquete.
Con su triple Beso, Pucho y Junto Boludeces el público, quizá sin saberlo, lo dijo todo.
Es que en el caso de Marilina -y especialmente sus últimos 3 discos- las canciones son tan CANCIONES; tan carentes de fragilidades que no necesitan -nunca necesitaron- de ninguna parafernalia. Y es por eso quizá que la decisión toma otro valor, o al menos habilita otros análisis posibles. Por eso la sangre también; por eso el circuito cerrado lo maneja un talentoso conocido, amigo (Gonzalo) y entonces la escena con el viento en ese pelo larguísimo y un caballo domesticado, más allá de otras tantas reminiscencias, hace que todo se sienta por momentos una película, un viaje en el tiempo en las pantallas que acompañan todo lo que ahí está sucediendo, imágenes de emoción: miles cantando con visceralidad, pero especialmente en primera persona. Saltando, siendo marea y multitud, se puede sentir el deseo en el aire. Y el desahogo colectivo también.
Entonces si, lo performático, como la piel, solo puede significar algo más, invitación o desembarco: el rock siempre puede volver o empezar a ser todo aquello, todo esto. Entre el roce y el erotismo, la fantasía, lo queer y las antinomias, y la fuerza de la entrega alrededor.
Le llegó el turno a O No?, una coda que hizo sentir la niebla nocturna del centro porteño corriendo por el cuerpo. Empezaba el final. La señal es buena. Deshacer invita al baile, a la entrega. Y en el momento menos esperado, sucedió lo Inevitable. Coreado a los gritos y cantado al oído, la versión de Shakira fue un acierto en empatía. Y entonces llegó la fiesta de Racat, que le dio paso al riff pesado de la versión en vivo de MDMA, lo que sumado a la hora cuarentipico que promediaba el show, los veinticuatro temas revisitados, confirmaban que se aproximaba el final. El arco argumental empezaba a cerrarse… O No.
Los aplausos siguieron cantando un buen rato.
Lo que todavía no sabemos, es eso en lo que ahora pensamos: ¿Qué Marilina será la que nació ayer?
¿Y qué tiene pensado hacer con nosotrxs?
Por Mikki Lusardi
Etiquetas: Marilina Bertoldi