Hoy, en distintos lugares del país, se conmemorarán las muertes de Hipólito Yrigoyen y Juan Domingo Perón (En San Rafael será a las 11 en Parque Hipólito Yrigoyen). Un 3 de julio como hoy, pero de 1933, partió el fundador de la UCR Un 1 de julio, como antes de ayer, pero de 1974, el creador del Movimiento Nacional Justicialista.
Cada año se repite el rito y ya han pasado 83 y 43 respectivamente. Es más que una costumbre: ambos encarnaron mandatos con marcada impronta popular.
Ambos fueron muy carismáticos pero con caracteres muy distintos: Yrigoyen simple, introvertido; Perón, simpático, verborrágico.
Cuando murieron hubo consternación (muchísima) porque lo de ellos había trascendido el poder de las presidencias para insertarse en los corazones hasta la idolatría.
Ese apoyo de las masas fue por cosas más profundas que la primaria necesidad de encontrar un caudillo, un guía.
En el caso de Yrigoyen, impulsó la ley laboral que contempló la jornada de ocho horas, el descanso dominical y la legalidad para el trabajo rural. Fortaleció los ferrocarriles, plasmó la reforma universitaria, elaboró un primer proyecto de voto femenino, fijó una política exterior autónoma y creó Y.P.F. Cuando la petrolera estatal intervino en el mercado para fijar precios, se produjo el primer golpe de estado de nuestra historia.
Perón también impulsó políticas fundacionales. Sus dos primeras presidencias se caracterizaron por vastos planes sociales como los créditos accesibles para que los trabajadores tuvieran su vivienda. En materia sanitaria se duplicó el número de camas en hospitales, se combatió a las enfermedades endémicas e impuso la obligatoriedad de la vacunación escolar. Nacionalizó los trenes (creando Ferrocarriles Argentinos), decretó la gratuidad de la enseñanza y logró que el voto femenino fuera realidad.
Naturalmente, solo hemos citado algunas de las obras trascendentes de ambos. Solo basta acudir a la historia para saber que hay más.
Lejos de desdibujarlas, el paso del tiempo agiganta las figuras de Yrigoyen y Perón. Todo tiene un porqué.
Por Roberto A. Bravo
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