Diego Arnedo sentía que la afinación de su bajo no era la correcta y quería repetir la toma. Luca Prodan, el cantante italiano que compartió colegio con el príncipe Carlos de Inglaterra y se instaló en la Argentina en busca de desintoxicación, fue tajante: “Déjalo así que está bien, demasiado afinados están los otros”. La anécdota, según el libro Corazones en llamas de Laura Ramos y Cynthia Lejbowicz, sucedió durante la grabación de Llegando los monos. Una historia que, más o menos ajustada a lo que en realidad haya pasado, sirve para dejar en claro el espíritu anárquico y la urgencia que Sumo aportó a la escena del rock argentino en la década del ochenta. No sabían lo que querían, pero lo querían ya.
Llegando los monos, disco que hoy está cumpliendo treinta y cinco años de su lanzamiento, sirvió para confirmar el lugar de rara avis que ocupaba Sumo en el panorama local. Nada sonaba como ellos, no había estilo en el cual encasillarlos, no había ubicación geográfica en las discotecas para ubicarlos por proximidad estilística con sus colegas artistas. Sumo era único. Caos creativo en estado puro.
Caos creativo y energía puestos al servicio de la música. El segundo disco del grupo liderado por Prodan fue el que les permitió dar el salto a la consideración masiva gracias al hit Los viejos vinagres. Un álbum en el que convergen el punk de El ojo blindado, el reggae de No good y Rollando, el funk en T. V. Caliente y la experimentación de Cinco Magníficos, pasando por Estallando desde el océano, tal vez la canción post punk más maravillosa hecha en la Argentina. Todo bajo el pulso nihilista de Luca, un artista que cruzó el firmamento rockero nacional como un flash de luz cegador. Una estrella que se apagó demasiado rápido. Y que aún así brillará para siempre.
Fernando Cárdenas
Etiquetas: EFE937, Fernando Cárdenas, Sumo