Podríamos decir que la guitarra ayudó a consolidar nuestra identidad, con sólo pensar en San Martín rasgándola.
Podríamos abrevar en la batalla de Pozo de Vargas – lugar donde se supone – los soldados, al mando de Taboada, interpretaron la célebre zamba de Vargas.
Podríamos señalar que nuestro poema nacional, Martín Fierro, protagonizado por un payador que encuentra en la vigüela el alma para acompañar el canto de su dolor.
Tal vez muchas de las respuestas que los argentinos no conseguimos a través de las palabras, se alcancen en la patria latente entre la prima y la bordona.
Javier Peñoñori es uno de los que con sabiduría retoma el legado del país de la guitarra, esa guitarra argentina colmada de selvas, cordillera, ríos y desiertos, esa guitarra de puesteros, peones golondrinas, trashumantes.
Sin embargo, Peñoñori es ante todo el hijo de Adela, maestra rural de la única escuela del paraje “La Nueva Moza”.
Javier, es el pibe de San Pedro que tocaba la mandolina - que a falta de cuerdas para ese instrumento - se las arreglaba con alambres San Martín, como si fuera una metáfora de la música de su paisaje, de su gente
¿Todos los sueños de los alambradores que retumbaban en su mandolina, acaso se hicieron materia prima de su guitarra venidera?
¿Acaso su guitarra está hecha de la misma madera de aquellos hombres y mujeres de su pueblo?
La primera guitarra de Javier Peñoñori fue la que su tío abuelo catalán tocara en diversos lugares del mundo, es decir, una guitarra colmada de océano, adaptada al sonido orillero del Paraná.
Guitarra aderezada con la gravedad de la llanura de Fleury y Yupanqui, sin perder el eco europeo de Chopin y Segovia.
Ese instrumento venido en barco, tenía memoria de inmigración, aunque también sed de futuro americano.
Javier Peñoñori tuvo la oportunidad, no sólo de escuchar cantar y tocar la guitarra a Atahualpa, sino también de recibir sus consejos:
“no hay un árbol que sea igual a otro, tu corteza musical es única”
Y un consejo manifiesto musical:
“nunca tengas apuro para llegar a ningún lado”
Podríamos decir que Javier Peñoñori es un virtuoso guitarrista, aunque no estaríamos diciendo toda la verdad, porque Javier es un poeta de la guitarra, un artista que entiende ese instrumento como una herramienta de redención;
Peñoñori no sólo toca la guitarra, Javier, alquimia mediante, hace del ruido del mundo, una melodía humana, por eso Desacordes en la bruma, su flamante disco, poblado de chacarera, zamba, milonga, danza guaraní, guarania, choro, bailecito, hasta un preludio homenaje Villalobos, es, de alguna manera, un manifiesto de la esperanza, un espejo musical de nuestra identidad.
Locución: S. M. Tovarich – Guillermo Chaves
Idea y Guión: Pedro Patzer
Edición Artística: Fernando Salvatori
Producción: Fabiana Álvarez – Alejandro Carosella
Actor Invitado: Oscar Naya
Dirección Artística: Marcelo Simón
Etiquetas: Javier Peñoñori, Salamancas y caminos