Las auténticas postales de Buenos Aires: los filósofos de pizzería, los gorriones y los príncipes de arrabal, los adivinos de peatonal y las sacerdotisas de la zona roja , las calesitas y los cafetines que dan las mismas vueltas por la infancia y la vejez.
Y ahora en mi corazón y desde entonces,/transitado de niños y de risas,/ prisionero en mi música voltea,/gira el caballo de la calesita./ Tiene el ojo pintado./ Su corazón es de madera limpia. (Juan Gelman)
Las auténticas postales de Buenos Aires: los perros porteños, dioses de la mitología del linyera; ¿Por una pulga mía andas maltrecho, tú, que debes vivir entre la gente? (Homero Expósito)
Los lapachos entre avenidas y edificios, parecieran hablarnos de una selva secreta, de una selva posible en esta ciudad.
Las auténticas postales de Buenos Aires: los vagos huéspedes de los caños A – Torrent, que le regalaron al mundo la palabra “atorrante”
Tenía reventada la croqueta/ cuando tiró la cruz. Fue su destino /ser ATORRANTE y pedalear caminos / con su cansino andar de vagoneta. (Pedro Felipe Oria)
Las auténticas postales de Buenos Aires: cartoneros cargan en sus carros, los residuos del paraíso artificial; los puentes Alsina, Pueyrredón, de La Noria, Pacífico, Saavedra, que juegan con las orillas de los amaneceres y atardeceres porteños; la alquimia de los inmigrantes italianos que en la Boca transformaron el pan duro en fugazza.
Las auténticas postales de Buenos Aires: la cuadra perfumada de garrapiñadas, jazmines y pis; los barquitos jubilados en el puerto conversando, entre yuyos y óxidos, con los vagones de carga;
Está en un puerto. ¿Un puerto? Yo he conocido un puerto./ Decir, yo he conocido, es decir: Algo ha muerto. (Tuñón)
Las auténticas postales de Buenos Aires: las calles pobladas de taxis abeja que buscan la miel en el enjambre de la Nueve de Julio. Semáforos de arco iris equivocados y cruces verdes de farmacias jugando al ta te ti con la noche.
Las auténticas postales de Buenos Aires: los olvidados buzones que en ciertas esquinas confeccionan el atlas de las soledades porteñas; los colectivos fileteados que exhiben frases como las últimas plegarias de un mundo perdido
Las auténticas postales de Buenos Aires: los museos de baldosas flojas que ofrecen el souvenir de barro para el transeúnte desprevenido, los estudiantes que corrigen de vida las horas de ordenanzas municipales y de las corbatas como horcas.
Las auténticas postales de Buenos Aires: los espectros de los aguateros que hacen sonar sus antiguos pregones sobre la memoria colonial de Plaza de Mayo:
agüita fresca, agüita fresquita, pa´la tinaja de la porteñita”
Los pretéritos bañistas de nuestra ribera que hoy se dan el penúltimo chapuzón en lo que queda de cielo y el lento andar del tranvía en el que Oliverio aconsejaba leer sus veinte poemas:
¡Silencio! -grillo afónico que nos mete en el oído-. ¡Cantar de las canillas mal cerradas! -único grillo que le conviene a la ciudad-.”
Las auténticas postales de Buenos Aires: los fantasmas de domingo que sacan a pasear sus juguetes de siglos; los conventillos y sus memorias de sainete y fiebre amarilla; el eco de la voz de Evaristo Carriego que aún persiste en las veredas de Palermo
Ya los de la casa se van acercando al rincón del patio que adorna la parra,y el cantor del barrio se sienta, templando, con mano nerviosa la dulce guitarra.
Barrio en el que Rosas leyera el Facundo y al terminarlo, suspirara: “así se me combate”
Las auténticas postales de Buenos Aires: la torres parecieran recitar elegías de los viejos patios, como si extrañaron los aljibes y los zaguanes que se exiliaron con la inocencia de la ciudad. Un casino flotante para náufragos, hoteles de Once y los cantos de las sirenas de Villa Crespo, que según Dolina, encantan a los camioneros. Una Buenos Aires huérfana de Borges y Piazzolla, de Spinetta y León Benarós, de balcones sin Baldomero, almacenes sin Manolito y otoños sin Juan Gelman, sin embargo todavía sus callecitas derrochan “ese qué se yo” de lunas que ruedan por Callao.
Las auténticas postales de Buenos Aires: Trapitos y parquímetros, egoístas del dedito levantado y solidarios de brazos abiertos, decorados cajones de lustrabotas y abuelos que le dan de comer a las palomas, las últimas madreselvas se declaran enemigas de los que han hecho de la ciudad una oficina; el Robinson Crusoe que desde la Isla Maciel contempla cómo las luces de la reina del Plata dejan sus huellas en el riachuelo, riachuelo que puso su niebla a nombre de Cobián y Cadicamo.
Las auténticas postales de Buenos Aires: los pisos de ajedrez con peones y sin reyes, las estatuas que extrañan a María Elena Walsh y los cines, convertidos en templos, añoran las lágrimas de Sandrini y el Nazareno de Leonardo Favio; el músico del subte que nos alcanza la primera canción del resto de nuestra vida, la infancia varada en el Italpark, la piba que hace malabarismo en los semáforos, nos propone de una pirueta cambiar la inmovilidad del mundo que habita en el corazón de hormigón de la moderna ciudad.
Locución: S. M. Tovarich
Idea y Guión: Pedro Patzer
Edición Artística: Fernando Salvatori
Producción: Fabiana Álvarez – Alejandro Carosella
Actor Invitado: Oscar Naya
Dirección Artística: Marcelo Simón
Etiquetas: Salamancas y caminos