Hay un canto que consigue acunar siglos de tristezas, melancolía de una raza, un género musical que tiene la edad de la pagana plegaria, una danza de los desasosiegos de los dioses antes de Dios, un río sonoro con memoria de sed ancestral, rústica sinfonía de vencedores y vencidos, melodía de la pena de conquistados y conquistadores, hablamos del Yaraví.
Félix Coluccio afirma: “el yaraví puede ser confundido con el triste, como ocurre en Perú, donde se tienen por sinónimos” Carlos vega explica “la única diferencia perceptible entre el yaraví y el triste se da, en que el primero es más sintético, más dramático más denso y más libre” Tal vez el Yaraví sea el oro de la tristeza incaica, plata de la nostalgia de una música anterior a la que occidente llama música.
El yaraví indagó en el silencio de este continente antes de que el silencio se llamara silencio, Atahualpa Yupanqui considera al yaraví como una variación del silencio: “Hay silencio en mi guitarra cuando canto el yaraví/ hay silencio en mi guitarra cuando canto el yaraví”
El yaraví conoció el cantar (y el callar) de los ríos antes que se los llamara ríos, y que al cantar se lo llamara cantar. El yaraví supo de la piedra que era hermana del sol, del sol antes que lo bautizaran sol, del sol que paseaba su desnudez de aurora con el nombre de Inti y de la piedra que ignoraba castillos pero que era hija de las apachetas, antiguas ofrendas a la Pachamama ¿Alguien sabrá si perduran en el yaraví los amaneceres libres, las alboradas continentales antes de la conquista? ¿Cuántos yaravíes se entonaron en las soledades de la derrota, cuando se destruyeron las sagradas piedras y se instalaron las rígidas cruces?
Los musicólogos consideran: “el Yaraví es una expresión mestizada gestada y desarrollada en el Perú, que tiene su antecedente en los antiguos Harawi – canto lírico que en algunos casos expresaba alegría, tristeza o amor -, y Hayllis – canción epica del triunfo guerrero – prehispánicos”. ¿Será por eso que en el yaraví permanecen muchos idiomas, ritos, muertos, danzas y diversos asuntos que la conquista creyó desaparecer, sin embargo regresan en esta música de dioses y barros?
Los investigadores disparan sendas definiciones: “Yaraví: canción popular argentina, de procedencia incaica. En compás de 3/4 , extiende su zona de influencia desde ecuador al norte argentino, su melodía es lenta y triste” ¿Alguien llevará la cuenta de los yaravíes que se transmitieron de corazón indígena a corazón negro, de corazón mestizo a corazón criollo?
Don Ata percibe al yaraví como un hijo del destino andino: “Yo siempre fui un adiós... Un brazo en alto, un yaraví quebrándose en las piedras cuando quise quedarme vino el viento vino la noche y me llevó con ella” Yupanqui, asimismo, valora al yaraví como un arma de ausencia, como una herramienta de soledades: “¡Ay, paloma, quiéreme!/ ¡Qué lejos estoy de ti!/ Para vivir esta ausencia sólo tengo un yaraví” (Serenata india) Atahualpa ve al yaraví como un instrumento de resistencia: “Muele que muele el trapiche, y en su moler/ hasta la vida del hombre muele también./ Tira'o sobre la maloja, pobre de mí,/sin que me arrime consuelos el yaraví” (CANCIÓN DEL CAÑAVERAL)
Porque Roberto Chavero también llegó a ser Atahualpa Yupanqui, andando la senda del yaraví: “Pero llega un momento en que son halladas estas hilachitas del alma de los pueblos. Alguien las encuentra un día. ¿Quién las encuentra? Los muchachos que andan por los campos, por el valle soleado, por senderos de la selva en la siesta, por los duros caminos de la sierra o junto a los arroyos o junto a los fogones. Las encuentran los hombres del oscuro destino, los bravos zafreros, los héroes del socavón, el arriero que despedaza sus gritos en los abismos, el juglar desheredado y sin sosiego, las encuentran las guitarras después de vencido el dolor, la meditación y el silencio transformados en dignidad sonora, las encuentran las flautas indias, las que esparcieron por el Ande las cenizas de tantos yaravíes". (El canto del Viento)
Yaraví, sentimiento de una libertad anterior a las cárceles, los pecados y los verdugos. Yaraví, profecía musical, oleaje antes de la herida fatal que las naves le hicieran a la mar, antes de que la mar se llamara mar. Yaraví, camino entre el alba y el ocaso de la Historia, cuando el día no tenía ni amos, ni esclavos. Yaraví, pájaro sonoro que recupera la Libertad de los cielos indígenas. Yaraví, canción del viento Inca, Yaraví, melodía del exilio de la euforia del Tawantinsuyo. Yaraví, eco del templo Sacsayhuamán, el lugar donde se saciaba el halcón; tal vez el yaraví sea la sed y el hambre milenaria de ese halcón . Yaraví, andar lento del chasqui que lleva de un siglo a otro, la antigua leyenda del canto andino
Hay dolores tan inconmensurables que las lágrimas no alcanzan a traducirlos, por eso los incas hallaron el yaraví ¿será el yaraví una manera de orar, una forma de volver a concebir el mundo en una melodía, será el yaraví una especie de alquimia, el canto de la purificación del corazón humano? ¿Será el yaraví un templo sonoro, la cordillera a la que se trepa en dos tonos ancestrales, el alma de un idioma desparecido que todavía tiene cosas para decir? En el norte de nuestra patria y en muchos países hermanos, cuando se muere un ser amado se reza y se canta un yaraví.
Locución: S. M. Tovarich
Idea y Guión: Pedro Patzer
Edición Artística: Fernando Salvatori
Producción: Fabiana Álvarez – Alejandro Carosella
Actor Invitado: Oscar Naya
Dirección Artística: Marcelo Simón
Etiquetas: Salamancas y caminos, Yaraví