POR GASTÓN FIORDA INFORME ESPECIAL

Vietnam, a 47 años de la victoria final

El 30 de abril de 1975 se ponía fin a la intervención de Estados Unidos en Indochina. Una guerra que observó el mundo y que cambió el paradigma de los conflictos armados.

Si partimos de la premisa que la memoria garantiza la perennidad de un pueblo, lo delimita en el tumulto de las sucesivas rupturas en el tiempo y le otorga una permanencia –quizá ficticia– de los hechos, que identifica y confronta, podemos afirmar, entonces, que la victoria final de Vietnam, allá por el 30 de abril de 1975, contra Estados Unidos, representa el momento hiperbólico de heroicidad de un pueblo aldeano sobre la potencia militar de Occidente.

Este factor humano de la historia de Vietnam nos obliga a rivalizar contra la mitología generada en torno a ella, y que de algún modo sigue generando efectos materiales y simbólicos que complejizan su abordaje. Decenas de años atrapados en un acoplamiento de luchas, la colonización francesa, los bombardeos norteamericanos y las secuelas de la fragmentación civil. Luego del triunfo sobrevino la euforia y la necesidad de reconstruir un país que había quedado en ruinas, mientras el mundo se paralizaba ante las partidas frenéticas de los helicópteros Chinook sobre el techo de la embajada norteamericana en Saigón, en medio de una evacuación contrarreloj, y sucumbía frente a la postal del tanque vietnamita destrozando las vallas del Palacio de la Independencia, abriéndose paso para el izamiento de la bandera del Frente Nacional de Liberación a las 12:15 de ese 30 de abril.

Vietnam fue una experiencia de resistencia colectiva, con elementos distintivos en las miles de historias familiares que la componen, en las que pueden encontrarse soldados obligados a disparar contra sus propios hermanos o en el deseo irrefrenable de salir a la luz, hacerse visible y abandonar para siempre la oscuridad de los túneles y de las selvas.

La población participó de la guerra donde ésta se presentó. Cada poblado tuvo su dispositivo de defensa; cada distrito sus tropas regionales. Y un mando vertical dado por la dirección local del Partido. Para los vietnamitas siempre se trató de una guerra de guerrillas, de desgaste, en la que se debía mantener firme los poderes populares zonales mientras se buscaba mellar las tropas auxiliares vietnamitas creadas por las fuerzas occidentales.

La derrota de Estados Unidos modificó su estrategia militar en los conflictos en los que intervino después de Vietnam. Nunca más envió conscriptos como lo hizo en Indochina. Fueron jóvenes que no entendieron porqué estaban luchando a quince mil kilómetros de sus casas contra un país que no los había agredido en su territorio ni podría haberlo hecho nunca.

 

Construir el futuro

La caída de Saigón supuso el inicio de un período de transición para Vietnam que estableció un Gobierno Provisional Revolucionario y se lanzó a la tarea de unificar el país. Debió reconstruirse desde las ruinas. Solo Vietnam del Norte sufrió la destrucción del 70 por ciento de su infraestructura; quedaron reducidas a escombros escuelas, viviendas, universidades, fábricas, hospitales. En Vietnam del Sur las consecuencias recayeron sobre el suelo, donde los norteamericanos experimentaron una guerra no convencional impulsada por el uso de agentes químicos. Usaron, de manera combinada, defoliantes y herbicidas, obligando a la población rural a desplazarse del Delta del Mekong hacia las ciudades.

Vietnam sufrió en su territorio 14 millones de toneladas de bombas, 50.000 toneladas de defoliantes, 250.000 toneladas de napalm. En cuanto a las víctimas humanas, para 1975, el número total estimado fue de 250.000 soldados survietnamitas y un millón de soldados norvietnamitas y del Frente Nacional de Liberación, y más de dos millones de civiles.

Recién a mediados de los ´90 pudo consolidar una estabilidad económica y un consenso social suficientes para acompañar sus dos máximas reivindicaciones: la independencia nacional y la paz. Y lo logró al calor de la implementación de una serie de medidas económicas de carácter reformista conocidas como Doi Moi [Renovación] que cambiaron su estructura socio-económica al disponer la liberalización parcial de ciertos sectores productivos, sin por ello abandonar el control estatal.

Los datos actuales de la República Socialista de Vietnam demuestran que las políticas tomadas fueron acertadas. Con una población de algo más de 95.5 millones de habitantes, logró tener, en los últimos 30 años, un crecimiento promedio de su PBI de 6,5%, siendo que en 2021, el peor año de la pandemia para el país, creció el 2,58%. La pobreza pasó del 75% en 1989 a algo más del 6,7% en 2021, y el desempleo no supera actualmente el 2,1%.

Se puede decir  que Vietnam es mucho más que una actualización del mito entre David y Goliat si uno se toma el tiempo de revisar el sentido que atesoró esa narrativa heroica y las vinculaciones que tiene con el presente. No alcanza para conocer las representaciones de su historia, sus prácticas sociales, el complejo entramado de etnias que la componen, el acelerado proceso de inclusión en un mundo convulsionado y en disputa por las principales potencias de Oriente y Occidente, o la relación que mantiene con aquellos países que lo invadieron. Se permitió formas no violentas de redimir su tragedia. Se reconstruyó a sí mismo, impugnando la pretendida naturalización de su uniformidad nacional. Supo desterrar el mantra de ser un país atrapado en los conflictos armados. Se otorgó la posibilidad de crecer en base a sus convicciones con políticas activas de reparación histórica y preservación de la memoria. Los escombros no lo convirtieron en un país con una violencia colectivizada. Vive en paz, integrado a un mundo que no le hace fácil la tarea.